El interés por mirar el horóscopo en el diario lo tengo casi desde que me casé con Silvia, hace tres años. Cuando uno está en pareja, después de un tiempo, va adoptando algún hábito o costumbre de la otra persona. Yo antes compraba siempre la mayonesa más barata, sin importar la marca, pero cuando me casé, sin darme cuenta, empecé a comprar la mayonesa que a ella le gusta, incluso aunque la vaya a comer yo solo. Silvia solo toma gaseosa sin azúcar y, un día sin darme cuenta, yo también empecé a tomar solo gaseosas sin azúcar. ¿Quién no empezó a ver películas románticas cuando se puso en pareja o se tuvo que bancar la novela de la noche por estar con la otra persona? Pasa siempre y a mí me pasó con Silvia.
Así empecé a interesarme en el horóscopo. Es ella la que todos los días desde que vivimos juntos veo que se fija a la mañana temprano el horóscopo de Escorpio. No se el momento exacto en que, sin darme cuenta, me copié de ella y hoy me despierto y lo primero que hago es leer el horóscopo de Virgo.
“Dedicale más tiempo a lo que te hace feliz”, dice mi horóscopo.
Me resuenan las palabras y me hacen reflexionar: Lo que me hace feliz es Silvia. Me pregunto cuanto tiempo realmente le dedico a ella. Empiezo a pensar que quizás se merezca algo más y se me ocurre preparar una cena especial.
Mi auto se desliza por la rampa del estacionamiento del supermercado. Veo que tengo casi todo el espacio para mí, no hay muchos autos, es día de semana y no son ni las doce del mediodía. Busco un lugar cerca de la escalera mecánica así después no tengo que dar muchas vueltas con el carrito de las compras. No me gusta pasear con el carrito lleno de mercadería por el estacionamiento.
Mientras espero mi turno analizo los precios. Va a ser una cena especial, por lo que la calidad del pescado importa más que lo que pueda gastar. Compro medio kilo de pulpo y medio kilo de langostinos.
Conduzco a casa tranquilo, escuchando la radio, disfrutando de la mañana soleada, con la ventana baja y medio brazo afuera. Llego a casa pasado el mediodía. Pienso en pasar la tarde tomando unos mates, pero me doy cuenta que me olvidé de comprar yerba, enciendo la radio de la cocina y empieza a limpiar la mesada para, de una vez por todas, dejar de dar vueltas y preparar la cena.
Me gusta estar cocinando para Silvia. No soy un gran cocinero, pero tengo algunas comidas que me salen bien y suelen recibir elogios de su parte. No puedo decir que le gusta como preparo el Salpicón de mariscos porque nunca lo hice, esta es la primera vez, pero yo creo que va a estar sabroso, le estoy poniendo lo mejor de mí. De todos modos, pienso que no es del todo justo para Silvia que yo prepare una cena especial hoy solo como consecuencia de haber leído algo en el horóscopo. Ella se merece mucho más.
Hace mucho que no le cocino a Silvia y con el paso de las horas la cena que estoy preparando va tomando cada vez más importancia, lo cual me pone un poco nervioso. También me pone nervioso que, con la cena a medio hacer, Silvia ya debe estar por llegar. La llamo para preguntarle cuanto le falta, pero el celular está apagado.
La demora de mi mujer me está preocupando. La comida ya está fría. No me gusta la comida recalentada, pero cuando venga Silvia. Es raro que salga tarde de trabajar, por lo general suele ser puntual. Miro la hora en el reloj de la pared y sus agujas me indican las diez y media de la noche. La llamo al estudio contable y, como es esperable, me pasa al contestador. Ya salió de trabajar y hace mucho que debería haber llegado. Empiezo a pensar en llamar a la policía o ir yo directamente a hacer la denuncia. Descorcho el vino, me tomo una copa, vuelvo a mirar la hora en el reloj y me sirvo una segunda copa. Está rico, aunque el vino siempre sabe mejor en buena compañía. Pero creo que mi buena compañía ya va a llegar.
Ya pasada la medianoche llevo la comida a la cocina. Pienso llevar también el vino para no tomármelo todo antes de la cena, que en verdad si la comemos de madrugada, ya no se si llamarla cena. De todos modos, antes de llevar la botella, me sirvo una tercera copa. Recorro la casa con el vino en la mano, voy al cuarto y veo como ella me mira desde el portarretratos que tiene en la cómoda a la izquierda de la cama. Es una foto de su último cumpleaños. Se la ve feliz, con esa sonrisa tan perfecta y ese brillo en la mirada tan propios de ella. Al lado del portarretratos, un teléfono. Al verlo se me ocurre que puedo llamar a alguien más que pueda saber de Silvia. Mariela, su hermana, no me atiende. Pero nunca me atiende cuando la llamo, así que no me sirve de parámetro de nada. Llamo a su mejor amiga, Juliana. Ella si me atiende. Dice que la estoy haciendo preocupar, que no sabe dónde puede estar Silvia y que mi llamado no hace más que dejarla intranquila el resto de la noche. Antes de despedirnos me pide que la llame apenas Silvia vuelva a casa y yo prometo hacerlo. Como última opción pruebo con la policía, pero me dicen lo que ya pensaba:” tienen que pasar 48 horas para que se la considere desaparecida, luego se puede acercar a la comisaria y asentar la denuncia”. Ya no se a quien más llamar.
Me empieza a dar sueño, pero no se si está bien dormir con mi novia desaparecida. ¿Está desaparecida? Salió del trabajo, ya son casi la una de la mañana y todavía no llegó a cenar.
Cenar…
Ya no voy a cenar…
Vuelvo a recorrer la casa, por inercia sin darme cuenta salgo al balcón. Esta vez sin copa en mano. Aunque no fumo tengo ganas de fumar y obviamente, como no fumo, no tengo cigarrillos y no hago más que mirar la calle. Una calle desolada como mi noche. Ahora miro el cielo, cuya oscuridad se asemeja también a mi noche. Siento que las estrellas me miran y hasta se burlan de mí. Estar en el balcón me hace peor. Vuelvo a entrar.
De a poco guardo la comida en tapers, con frialdad y desazón. Ya no sé que hacer: si sentarme a esperarla, si volver a llamarla, si salir a buscarla, si tirarme a dormir. La incertidumbre y las dudas me carcomen por dentro. Me decido por esperarla sentado en la silla del comedor frente a la mesa donde deberíamos haber cenado, de brazos cruzados, mirando la puerta, deseando ver que se abra y mi mujer entre de una vez por todas.
Se me cierran los ojos. El vino comienza a surtir efecto. Me pesan los parpados y me duele un poco la cabeza. Voy a la cocina y me preparo un café. Me tomo una aspirina y me vuelvo a sentar en la silla, mirando la puerta.
Escucho el ruido de la puerta y me despierto. Si, me dormí sentado. No quise hacerlo y no se cuando fue ni cuanto tiempo dormí. Y sí…llegó Silvia a las cuatro de la mañana. Todavía un poco adormecido la veo entrar, apoyar la campera en el respaldo de la silla y unas carpetas del trabajo en la mesa, le hablo, pero camina derechito para el dormitorio. No sé si no me vio o fingió no verme. No se si no me escuchó o fingió no escucharme. Le grito a sus espaldas siguiéndola por el pasillo. Ella actúa como si no me hubiese oído, entra en la habitación y cierra la puerta. Un tanto dubitativo y con algo de miedo, golpeo la puerta. Silvia, sin la más mínima intención de abrir, me dice: “Llegué tarde porque tuve una cena de trabajo, no te pude avisar porque el celular se quedó sin batería. Perdón si te hice preocupar”. Todavía no sé qué decirle, pero sé que algo tengo que preguntar, no está bien llegar a esta hora de una cena de trabajo. Ordeno las palabras en mi mente, abro la boca, pero antes de que pueda decir algo escucho que Silvia me vuelve a hablar: “Me duele la cabeza… ¿me traes por favor un vaso de agua así tomo un ibuprofeno?”.
Voy, claro que voy. De reojo veo las carpetas de Silvia, sobresale una hoja de diario doblada en cuatro. El horóscopo de hoy. En el signo de Escorpio hicieron un círculo con birome, dice: “Supone bien al imaginar que alguien con quien trabaja siente lo mismo que usted”.