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Deshilar

Por Fabio Nuñez fabiofran12@gmail.com

María se paraba en las puntas de sus pies para alcanzar con la mano derecha la ventanilla mientras que en la izquierda sostenía su mochila y su sombrero.

Juan se posaba en el asiento veintiséis, del lado poético de la ventana. Llevaba solo una mochila sobre sus espaldas, no se la había quitado, no quería tener que ver con trámites que demuestren entusiasmos. Tampoco tuvo tiempo para acomodarse, desde que se sentó se perdió por el vidrio, en el exterior, en María y en sus puntas de pie.

Así, con las manos enfrentadas divididas por el cristal se miraban entre lágrimas, se observaban un poco borrosamente culpa de esos ojos húmedos. Se veían y recordaban y casi que se extrañaban. Se contemplaban. Se investigaban; necesitaban saber que al otro le dolía el alma de la misma forma. Un te amo mudo traspasaba el cristal hasta los ojos de Juan, y una sonrisa pequeña hasta los de María devolviendo el cumplido. Las manos seguían en el mismo lugar al igual que la tristeza. Adentro no existía otro asiento más que el veintiséis y afuera solo aquella mano de uñas violetas.

Al fin la puerta se cerró. La despedida comenzaba a terminar y el anhelo a crecer de ambos lados.

Ella bajó sus pies, despegó su mano y se secó algunas lágrimas barriendo lenta su mejilla. Se dedicó a mirarlo y así fue que vio su propio reflejo yéndose en la dirección contraria a la de él. Juan, que todavía no despegaba la suya, iba dejando sus ojos en ella, como intentando no abandonarla. Y el colectivo los dividió.

A unas pocas cuadras y ya habiéndose acomodado recordó aquella carta que María había dejado en su mochila. La trajo hacia el frente, abrió el bolsillo más grande y revolviendo algunas ropas la encontró:

“No importa cuánto pueda estar sufriendo en este momento, o cuánto lo puedas hacer vos, siempre existe el regreso. Y cuando vuelvas voy a estar acá esperándote en casa, con tu comida y tu música preferida, con una sonrisa y el abrazo más sincero. Espero que la pases bien y que te diviertas en tu campamento allá en el Iberá con tus compañeritos del cole, los Esteros son hermosos ya vas a ver. Ojalá te maravilles con esos paisajes, esos animalitos tan libres, ese cielo inagotable y el agua desbordante que a todo le da vida. Uno aprende a querer y cuidar sólo lo que conoce. Hacele caso a los profes por favor Juan y ponete el repelente que te compré, te lo dejé en el bolsillito de adelante.

Un beso hijo, que lo disfrutes mucho. Te amo. Mamá”