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Aún sigo aquí

Por Claudia Montoya clau.montoya277@gmail.com 

No podía decidirme entre abrir un vino o servirme otro vaso de whisky. Nunca me había gustado el whisky, pero él siempre decía que curaba hasta el alma y mi alma sí que dolía.
Hacía ya una semana que no le enviaba un mensaje. Venía conteniendo mis sentimientos y mis historias al punto que se agolpaban como una muchedumbre frente a un concierto gratis.
Mi amiga Lila creería que era una locura. Hasta me haría borrar su número. Pero lo tenía en la memoria. Escribirle me calmaba, me desahogaba. Entonces me tiré en el suelo, me quité las medias agujereadas y agarré el celular. Si él me hubiera visto los pies, hubiera vuelto a contar aquella historia de cuando caí de la bicicleta. Yo gritaba frente a los vecinos que no me toquen, como si estuviera muriendo de dolor, cuando en realidad moría de vergüenza por el estado de las medias. Nunca sanas ni del mismocolor. Él solo me cargó sobre su enorme espalda y me llevó a casa.
Escribí el mensaje: “Carlos, desaprobé biología. No pude ir a rendir. Te juro que lo intenté. No sé si el problema está en no poder dormir o en no lograr despertar. La verdad es que hasta los conceptos básicos de la evolución me parecen hoy una burla. ¿Cómo puedo argumentar sobre adaptación, mutación o selección natural, cuando creo que estoy yendo directamente a la extinción? Cuando sigo llevando puesta una remera, como si no notara que ya es invierno. Para peor, aguanto… como si aguantar ahuyentara al frio. Como si aguantando la realidad cambiara. -emoji de carita triste- “
Lloré un buen rato mirando el móvil, esperando que la doble tilde se vuelva azul. Esperando esa maldita palabra que diga “escribiendo…”
Lleguére trasada al trabajo, intentaba vestirme y siempre me faltaba una prenda, primero el pantalón, luego un zapato… La tarde paso sin alma por mi lado. Lenta y vacía. Los pedidos parecían todos iguales y al principio los clientes también. Hasta que observé a los felices. No hubo onomatopeya que resuma la bronca que me dio verlos. A los gritos,sin enojarse por mi mala atención o falta de conversación. Riendo, esperanzados con la mirada prendida y alguna mano apretando otra. Acariciando dedos, correspondiendo.
Huí al baño. Le escribí: “Hoy necesito profundamente tu estofado de papas y pollo. Ese que hacías con las cuatro cosas que nos quedaban a fin de mes, ese que regalaba el olor a Dios por toda la casa, que despertaba el hambre desconsolada de tantas noches que tuvimos que cenar café con leche. Hasta esas noches difíciles añoro. También tenían olor a Dios, al igual que tu remera de dormir y la crema de afeitar”.
Como un vicio antiguo, estaba surgiendo peor cada vez. Sentía la necesidad de contarle mis cosas, como fue siempre. De deslizar mis tormentos sabiendo que éltenía el poder de convertirlos en sólo un susto. El teléfono aparecía en mi mano, con esa foto que sacamos justo antes de casarnos. Cómplices y enamorados. Mis dedos se movían como las alas de un colibrí, dando brillo y color a las palabras más simples, esas que miles de veces nos dijimos por costumbre, por habito…
Lo terrible fue cuando aquella tarde, mientras probaba cremas de rasurar en la farmacia, buscando ya saben que aroma, me llegó un mensaje que merespondía.
Pippippip
Las piernas se desinflaron dejándome enredada y sin fuerza sobre un pequeño banquito.
Los ojos regaban tanto que impedían la lectura. Los escurrí varias veces hasta que me dejaron leer: “Yo también te extraño”
Llamé. El maldito pitido me dijo que era tan pobre que no tenía saldo para una llamada. Inmediatamente escribí. Borré, escribí, Intenté de nuevo. Recordé… Carlos murió en el accidente. Los ruidos a fierro y el olor a neumático, volvieron a batir mi panza hasta vaciarla en la acera.
Corrí hasta casa. Trastabillando como si una pierna fuera la comandante de la otra y la otra fuera como yo, desobediente, torpe. Abrí la botella de whisky que aún estaba sobre la cama y la empiné hasta ver mis ojos reflejados en su vacío.
La sensación del alcohol recorriendo mis venas, me anestesiaba.
Podría suceder que le hayan otorgado su número a otra persona.Sería lógico, siendo que no se usa. Que justo esa persona se haya confundido. Pero también podría ser que Carlos se estaba comunicando desde el más allá o alguna parte, no sé. Pero el me extrañaba. Y eso no cambiaba para mí, con ninguna suposición.
Junté coraje y en medio de un largo suspiro respondí: ¿Amor, sos vos?
Miré la pantalla sin parpadear por largo rato. Le escribí a Lila, tampoco contestó.
Lo único que tenía en la heladera eran botellas. No vi la de agua. El vino me hizo dormir.
Por la mañana debía encontrar un kiosco para cargar saldo a mi teléfono. Caminaba y caminaba sin lograr llegar a la esquina. Usé el poco dinero que me quedaba y llamé sin encontrar respuesta. Escribí tantas preguntas como venían a mi cabeza. Textos que pasaban de teorías sobre la vida y la muerte como también palabrotas a quien pudiera haber jugado con mis sentimientos. Al final de los insultos agregaba unas disculpas, a Carlos no le gustaba verme maldecir. El me hacía buena persona.
No entiendo porqué, pero esa tarde fui más animada al café. Mi gerente me contó que estaba pensando en despedirme, que solo por verme así, me daba otra oportunidad. Hice un mayor esfuerzo para sonreír. Fui amable.
Pippippip
Estaba tumbada en la cama cuando recibí su segundo mensaje.
“Debes levantarte, comer. Quisiera verte bien.”
Lloré infinitamente. Pude ver su nariz como se fruncía de contento, corría a mi lado con sus proyectos y promesas. ¡Saldremos de ésta! me decía, y las preocupaciones me abandonaban. Él siempre sabíaqué hacer.
Le escribí una poesía. No me animé a contarle que tomaba muchos medicamentos, que el cuerpo me dolía integro. Que escuchaba llantos que se superponían con los míos, que tenía miedo.
Agarre los libros, no podía atrasarme tanto con la carrera. Tenía muchas ganas de poder mandarle un mensaje que tuviera una buena noticia. De recibir sus palabras de orgullo. Leí, resumí y pensé… Se pondrá feliz cuando finalmente me reciba. Él me ayudaba tanto para que yo pudiera estudiar. Metía doble turno en la fábrica, cocinaba…
Otra vez ese horrible olor. El estruendo, la sangre, mis gritos. El hombro comenzó a dolerme, también la cabeza.La puntada era penetrante.
Pippippip
“Siempre te voy a acompañar.”
Pippippip
¡Es un milagro! Pilar está despertando, ¡llamen al médico!