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Cae la noche

Por Jimmy Castro jaczsnack@gmail.com 

El sol cae rápidamente por la ladera de una montaña lejana, es inevitable que el día termine, pronto la noche cobrara de nuevo el vigor suficiente para ejercer su reinado. Viernes por la noche es mi día preferido, no hay que preocuparse más por la vida mundana, solo hay que estar listo para ir de fiesta.

Mis latidos parecen acelerar su ritmo con el pasar de los minutos. Llego a casa, me doy un merecido baño, me cambio de ropa, un poco de gelatina en el cabello, una suculenta cena, algo pesada, pero necesaria para aguantar la actividad. Me miro fijamente al espejo, observo con detenimiento mis facciones, la determinación que hay en mis ojos, mis cejas arqueadas, puedo oler mis hormonas bullendo. Escucho lejanamente los gritos de mi madre, no distingo qué dice, creo que desea que saque la basura, no sé, no me importa, vuelvo a concentrar mi atención en mi rostro, es perfecto para la velada, aunque creo que algo me falta, unos lentes oscuros por si acaso mis ojos dejan escapar alguna ternura.

Unos pocos segundos después me encuentro en la calle caminando, al final nunca supe que quería mi vieja, mañana será otro día. Con una chaqueta negra y unos jeans, las botas que nunca faltan y los lentes, plateados brillantes, me he lanzado al asfalto, un paso decisivo detrás de otro me enfila hacia mi inesperado destino, lleno de chicas excitantes, de música techno, de ambientes psicodélicos, de oscuridad, una oscuridad que puede esconder cualquier cosa.

La casa del Loco está cerca, a unas pocas cuadras, nunca le he preguntado por qué le llaman así, pero todos lo hacen, llego rápidamente, toco la puerta, la música rítmica e inconfundible absorbe mis golpes, los hace parte de sí misma y los envuelve como si fueran sonidos repentinos que le dan un poco más de sensación, incluso desde aquí afuera puedo sentirlo, la intensidad me incita, quiero entrar. Golpeo la puerta nuevamente con más fuerza, no abren, me dispongo a repetir el acto, pero antes de que lo haga alguien la abre, penetro a toda prisa a la algarabía, los cuerpos me rozan y antes de darme cuenta pierdo los lentes.

Inmediatamente, comienzo a saltar, llevado por la música, arrastrado a estados que no puedo experimentar de manera natural, el ritmo me lleva y me trae, estoy montado en una ola, mi cuerpo oscila de un lado a otro, el movimiento nace en mis entrañas dispersándose por todo mi cuerpo. Mis extremidades ya no son mías, danzan en el aire como palmeras en la brisa. Los cuerpos a mi alrededor hacen lo mismo, somos más que individuos, en este estado formamos una masa de energía, pura intensidad, pura emoción, la adrenalina corre por todas partes y cae al piso en gotas de sudor. Estoy excitado, sé que ellos también. Las caras no importan, estoy en la tribu, nuestros cuerpos rozan entre sí, contenidos nuestros instintos difícilmente dentro de estas ropas apretadas, todos al mismo tiempo llevados en un carrusel sin sentido que no nos conduce a ninguna parte, somos un todo, existimos más allá del límite de lo físico. La excitación está al máximo, no creo poder aguantar, la ropa me aprieta, el pantalón me aprieta. La música electrónica no termina nunca, nos impulsa a continuar, aunque realmente nadie quiere parar. Es una situación en la que el espíritu se deja arrastrar hasta la fogosidad, ni razón ni lógica, ni preferencias sexuales, ni colores, ni razas, durante el vaivén todos los cuerpos se tocan; tomo a una chica en mis brazos, bailamos a un mismo tiempo, mi cuerpo y el de ella se van adaptando poco a poco, se juntan, nuestra materia se agasaja con la ropa puesta, se aparea, su mirada y la mía se cruzan en un deseo insensato y loco de querer poseer al otro, sus labios húmedos, entreabiertos, exhalan el aire y vuelven a tomarlo, su respiración entrecortada hace vibrar su pecho cubierto por escasa tela, con sensualidad y delicadeza acaricia con la yema de sus dedos mis labios, me entreabre la boca, pone algo dentro de ella, antes de poder entender qué era me besacon avidez, me devora la lengua, los labios. La música se detiene. La muerte del movimiento es rápida, violenta, la masa se muestra confundida, la gente parece despertar de un aletargamiento, alguien enciende la luz, la luz lastima, muchos bajan las cabezas, nos cuesta mirar a nuestro alrededor. Algo pasa, aunque no puedo distinguir qué, debido a la gente, a la confusión, a la excitación.

La luz convencional se apaga, dando paso a una luz estroboscópica por encima de nuestras cabezas, todos comienzan nuevamente donde se quedaron, saltan, se contonean, la música descontrola a los cuerpos movidos por fuerzas superiores; esta vez, vamos perdiendo el control, el ritmo se apodera de nuestras cabezas, no podemos detenernos, las ropas empiezan a caer, comienzan a volar. La luz hace ver todo lentamente, fuera del tiempo real, entrecorta los impulsos y parece que estuviésemos mirando en una película algo que es en vivo. Dionisio nos ha dado su bendición, la bacanal va tomando forma. Como he estado distraído no he tomado en cuenta a la chica con la que danzaba anteriormente, la busco, pero no la encuentro a mi alrededor, doy una vuelta en círculo, se me ha escapado de la vista, las personas que me rodean no son de ayuda, las manos y los brazos caen sobre mí, me asedian, me tocan, me acarician, me incitan, deseo contenerme hasta encontrarla, la deseo a ella. Entre muchas personas creo reconocer su cabello, me abro paso, no es fácil, siento un pecho que me roza, saco una mano desconocida de mi pantalón, extiendo el brazo para tocarla, en ese momento ella comienza a alejarse, cuando estoy a punto de agarrarla por el hombro una chica me ataja e introduce su lengua en mi boca, no puedo detenerla, me ha tomado por sorpresa, antes de poder decir algo estoy besándola apasionadamente, mis pensamientos se confunden, mi mente desvaría. En un intento desesperado la aparto, miro en todas direcciones buscando a mi chica, ahora está más lejos, la selva de personas la separa de mí. Sin importarme a quien tropiece, me adentro entre la multitud, sigo adelante, el sexo se está apoderando del ambiente, ya hay algunos retozando en el suelo, mientras que otros llevan el ritmo de la música al tiempo que son arrastrados por sus instintos. Estoy en el centro de la fiesta, si es que todavía puede llamársele de esa manera, alcanzo a mi chica, está como a tres metros, se acuesta sobre una mesa, me quedo estático, es preciosa, aunque antes no hubiese reparado en ello. Todo ocurre pausadamente, se desnuda el pecho, se acaricia los senos, se le ofrece a un tipo que está de pie, mirándola, vestido con toga y enmascarado. Él empuña un cuchillo curvo, lo toma con ambas manos y se arroja con todas sus fuerzas sobre ella. La música ahoga mi grito, no puedo levantar mi voz por encima de los acordes que nos hipnotizan, nadie me escucha, quedo salpicado en sangre, creo que voy a desmayarme, pero alguien me sostiene. Me besan en la boca, recorren por todo mi cuerpo mil caricias, muchas manos me soban, muchas bocas me muerden, me dejo arrastrar una vez más a la muchedumbre, me hacen ser uno con ellos, mi cuerpo vibra gracias a la música, a la droga, a la excitación, todos mis sentidos se entremezclan, las sensaciones se fusionan. Me lamen la sangre, me despeinan, me sacan la ropa, me hacen el amor, soy parte de la orgía y del sacrificio, no sé exactamente qué es lo que está pasando, pero tampoco quiero escapar.