Cuando Sofiaterra me convocó a escribir esta reseña, pensé en contarles sobre algún libro que me hubiera gustado que me recomendaran, o mejor dicho, en qué libro me hubiera gustado recibir como un regalo. La sal, es la primera novela de Adriana Riva, de la Editorial Odelia. La editorial tiene una historia curiosa que me contó el librero cuando hipnóticamente me compré este libro, se trata de ocho mujeres que comenzaron este proyecto con mucho deseo y que, al principio, repartían ellas mismas con sus autos las cajas de libros que apasionadamente deseaban que otros pudieran leer. Algo de ese espíritu se recupera en La Sal, que va ya por su tercera edición.
Con una prosa simple pero contundente, La sal, nos adentra en el accidente fundacional de una niña que marca para siempre la relación con su madre. Este accidente será el inicio de la historia. Pero Adriana nos mete enseguida dentro de un auto donde cuatro mujeres emprenden un viaje donde nos queda claro de entrada, que aún compartiendo lazos sanguíneos, la intimidad es una construcción que nada tiene que ver con ellos.
El destino es un pequeño pueblo cercano a La Pampa, en donde su mamá y su tía crecieron. Ema cree que este viaje puede responder preguntas sobre ellas y sobre el pasado, que puedan ayudarla a comprender sus presentes. Por un paisaje agreste y árido, estas mujeres, sobre todo Ema y su madre, intentan encontrar puntos de apoyo en un vínculo más que complicado. En realidad, el viaje es una excusa preciosa para explorar un mundo femenino que esta lleno de espinas pero que eclipsa, como esa flor que aparece en los cardones irresistible y dolorosa.
La sal, es de esas novelas que se te pegan a la mano, se lee de un tirón. Tiene una belleza árida, unas frases sublimes, unos personajes hermosamente construidos, y el hilván de la pregunta por la mujer y la maternidad, enlazando dos generaciones de mujeres. “Mamá es ese centímetro de piel inalcanzable entre mis omoplatos, ese pedazo que me pica y no me puedo rascar” nos dice Adriana que a contrapelo de lo que le pasa a Ema, con el lector no puede más que dar en el blanco.
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