Una historia de las peripecias y vicisitudes en torno al pene más allá de su rol como aparato reproductor. De su valor religioso y el estigma social de la circuncisión, en este caso, en la Edad Media y principios de la Modernidad. Ana Teitelbaum[1]Psicoanalista, egresada de la Universidad del Salvador (Bs. As.) Ex docente de psicología (UBA) Perito forense (victimología y criminología, Universidad de la República.-Uruguay) Artista y … Continue reading nos propone este recorrido. Les acercamos la segunda parte.
En la Edad Media el cuerpo desnudo desaparece de la vista, pero obsesionará a la mente.
Los miles de mujeres torturadas y quemadas-especialmente entre los siglos XIV y XVII, acusadas de comercio sexual con el demonio y de atraer la desgracia a sus vecinos, tenían un común denominador, en las confesiones arrancadas con horribles tormentos: haber “conocido” el pene diabólico. Así como el orgasmo femenino torturaba la mente de los teólogos, el órgano del diablo era el protagonista máximo, en los relatos más exitosos obtenidos con la perseverancia paciente de los inquisidores. Las historias podían ser muy dispares, el pene del maligno podía ser descripto como oscuro, negro, escamoso, helado, gigantesco, bifurcado, con o sin testículos, colocado adelante o detrás del cuerpo, etc. Y todo esto se correspondía con la ideología de una época, donde el terror a lo femenino disparaba todo tipo de teorías. Las mujeres eran insaciables, podían castrar a los hombres y debían ser controladas.
Agustín de Hipona, devenido luego santo, explicaba que la inquietud masculina por su pene, era causada por la trasmisión del pecado original (la desobediencia de Adán en el Paraíso) y era un castigo divino. De forma tal que lo opuesto, la pureza absoluta-encarnada en María- lo era por su falta de contacto con la inmundicia de un órgano que encarnaba lo maligno. En su tratado “Contra los judíos” afirmaba que el rito de la circuncisión judía demostraba que el” Israel carnal” vivía en consonancia con la carne y no con el espíritu.
“En siglos posteriores muchos grabados mostrarían judíos cabalgando sobre machos cabríos que representaban a Satanás en los aquelarres. En el siglo XII el pene judío era identificado con sus poderes maléficos.”
Los manuales de penitencia , surgidos en la Irlanda del Siglo VI, se expandían para la pedagogía de los confesores y es muy interesante constatar en éstos, la obsesión con la “canilla del fluido diabólico” Las instrucciones de expiación inglesas establecían penas bien especificas según el pecado: 10 años de mortificación para el coitus interruptus, 15 para para el coito anal y penitencias para toda la vida para el sexo oral . En el caso de los violadores se arreglaba con exclusión de la comunión, ayunos prolongados, periodos de abstinencia y a veces azotes públicos. Para el asesinato premeditado, el asunto se ponía en orden con 7 años de castigo.
Considerando que el rito de circuncisión de los judíos en la Antigüedad implicaba a partir de cortar el prepucio, chupar la sangre de la herida (costumbre denominada metitsah que a pesar de las controversias, aún hoy se mantiene en algunos grupos muy minoritarios ultra ortodoxos) no es difícil, intuir las consecuencias que para éstos tendría, durante las persecuciones, caza de brujas y visiones del cetro del demonio encarnado en tal localización de la anatomía masculina.
En siglos posteriores muchos grabados mostrarían judíos cabalgando sobre machos cabríos que representaban a Satanás en los aquelarres. En el siglo XII el pene judío era identificado con sus poderes maléficos.
El abate Guibert de Nogent escribió en sus memorias que un monje le había revelado haber pedido a un médico judío que le enseñara sus secretos de magia negra y le presentara al Diablo. El judío le dijo que previamente debía hacer un sacrificio. “Una libación de tu esperma y luego de haberlo derramado delante de mí, lo probarás”, le dijo.
Otra creencia absolutamente difundida era la de que los judíos asesinaban a niños cristianos y luego de circuncidarlos, usaban su sangre para festejar la Pascua. Se pueden oír hasta hoy las historias del martirio de San Simón de Trento. Hartmann Schedel publicó en 1493 Nuremberg Chronicles donde detalla el suplicio del niño de dos años supuestamente secuestrado en 1475 y aparecido cerca de la casa de un judío, muerto, sin sangre y circuncidado. El libro muestra un grabado que ilustra una escena macabra: la víctima está sobre una mesa, parada, sujeta de todas las extremidades por judíos barbudos y sonrientes. Tiene la garganta cortada y sangrante, con agujas clavadas. Un judío arrodillado le tira de su pene con un cuchillo en una mano, mientras éste chorrea sangre en un recipiente puesto debajo, y es observado por otro aprobadoramente. Los rostros desagradables de los torturadores se parecen mucho al estereotipo clásico de las caricaturas de judíos, que hasta hoy se pueden ver.
En el siglo XVI el jesuita Gottfield Henschen escribió en su Acta Santorum (Hechos de los santos) que los judíos cometían asesinatos rituales de cristianos, puesto que como estos varones menstruaban a través de su pene, necesitaban beber sangre de cristianos para calmar sus cólicos menstruales.
No hay que ser muy imaginativo para deducir que el origen de la misma se fundamentaba en la práctica del contacto bucogenital en el rito de bautismo. Muchos grandes escritores alimentaban los mitos, del que luego se servirían los poderes de distintas épocas para estigmatizar y perseguir, en este caso a los judíos. Montaigne-hijo de madre judía –educado como católico, describiendo la circuncisión (que provocada asco y espanto entre los cristianos) Thomás Mann, en José y sus hermanos, presentará el bautismo judío como un pacto con Dios que afeminaba a los hombres. En otra obra (La sangre de los Walsungs) presentará a un judío que con su hipervirilidadseducirá a su propia hermana, ennoviada con un alemán.
La telegonía era una teoría que el conde de Morton presentó en 1820 en la Royal Society, en Londres. Habiendo experimentado con la reproducción de una yegua, cruzada con distintos caballos, llegó a la conclusión de que la descendencia de cualquier yegua, se parecería siempre (externa e internamente) al primer macho que la fecundara. Estaría demás por tanto extendernos sobre como la difusión de ello provocaría las persecuciones en toda Europa. Der Sturmen (periódico del partido nazi) publicaba caricaturas de judíos con grandes erecciones atacando vírgenes cristianas y contagiando la sífilis. Se sostenía que ellos no contraían la sífilis pero tenían la misión de corromper a las razas superiores, multiplicando judíos secretamente. Así pues, las bandas de ciudadanos organizados los combatían mediante las castraciones
La misma modalidad que se habría de estilar en el sur estadounidense, junto con los linchamientos, combatiendo los otros penes estigmatizados y objeto de fantásticos relatos (los negros)
Podría parecer contradictorio con el hecho de que miles de prepucios o porciones de ellos, reclamando venir del santo cuerpo de Jesucristo, circulaban, como tesoros incalculables, en función de reliquias sagradas. Pero su valor como agente de redención se basaba en que estaba libre de pecado y por ello se convertía en la excepción a la regla. Cientos de pinturas (especialmente entre los siglos XIV y XVI) ostentan –al revés del resto de los mortales exhibidos en la época- el ´tesoro” del pequeño nacido sin pecado , destacado en los brazos de su madre virginal, tocados por su abuela o mirado con adoración por los Reyes Magos.
Lo interesante es que la porción del infante ostentada en estas pinturas (a veces decoradas con pétalos de flores) aparece sin circuncidar, a pesar de que los Evangelios consignan tal operación. La única interpretación posible es que la “marca” de lo judío, debía ser borrada, no obstante lo cual el Golden Legend (libro popular en el Renacimiento) sostenía: “El día de la circuncisión de Jesús, cuando comenzó a derramar su sangre por nosotros (…..) fué el comienzo de nuestra redención”.
De esta manera la piel que recubría el glande humano, devino inmunda siendo humana y divina procediendo del niño santo, atribuyéndosele todo tipo de milagros y cotizando su valor a precios exorbitantes. También dio lugar a todo tipo de especialistas en reconocer y distinguir la autenticidad del último vestigio humano de Dios en la Tierra. Entre las pruebas requeridas estaba la del gusto: un médico adiestrado y elegido por el sacerdote del lugar debía masticar el cuero arrugado y dictaminar si era humano o semihumano. Infinidad de visiones lo tenían de protagonista. Santa Catalina de Siena afirmaba que el anillo de compromiso con Jesús, que portaba era una forma mística del divino prepucio. Santa Agnes de Blannbekin afirmaba tragarlo al tomar la comunión. La bolsa relicario que lo transportó a la Corte del Rey Carlomagno, devino en modelo para todas las bolsas en la Europa de la Edad Media.
Naturalmente Calvino dudaba de que una porción tan ínfima de piel, diera lugar a tal invasión de porciones que se adjudicaban la misma procedencia. El mismo escepticismo acompañaba a Martín Lutero.
También pareciera contradictorio el hecho de que la Iglesia prohibiese las mutilaciones, o amputaciones del cuerpo, excepto para salvar una vida. Pero el derecho canónico toleraba las castraciones a niños, explicando que con sus voces privilegiadas para la música honrarían a Dios. Se calcula que durante el Siglo XVIII, cada año eran castrados unos 5000 infantes, con la esperanza de llegar a ser ricos y famosos. Como en el fútbol hoy, solo una minoría lo lograba. El más célebre y recordado (del cual se conservan registros) fue Carlo Broschi, inmortalizado con el nombre de Farinelli. El público que lo amaba solía gritarle “E Viva ilcoltello!” (¡Viva el cuchillo!).
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